8 de enero de 2012

Una, dos y tres

Ángel y Marina eran dos completos desconocidos condenados a compartir el resto de sus vidas, aunque, sin saberlo, ya habían compartido muchos momentos.
Compartieron sala de Urgencias cuando Ángel se rompió el tobillo derecho jugando al fútbol en posición de delantero centro y Marina se rompió el dedo meñique de la mano izquierda jugando al fútbol de portera.
Varias veces compartieron supermercado, ¡incluso pasillo!, haciendo la compra en el Mercadona.
En la biblioteca, cogieron los dos el libro Suite francesa, de Irène Némirovsky, el mismo día, y lo devolvieron a la vez, pensando ambos que era una de las mejores historias que habían leído jamás.
Los dos escuchaban los mismos grupos heavy y tocaban sus canciones con sus idénticas guitaras eléctricas.
Ambos compartían el mismo multitudinario concierto de Iron Maiden en la Plaza de las Ventas el día que se conocieron. 
Ángel había ido al concierto con dos amigos, Fran y Dani. Estaban por atrás, les gustaba disfrutar de la música en directo sin tener que aguantar al mogollón. Ángel iba a por unas birras para los tres cuando vio a una chica que lloraba mientras sonaba una de sus canciones favoritas, “Can I play with madness”. La chica era preciosa, Ángel lo sabía a pesar de que sólo podía ver su pelo largo y negro, con reflejos morados, que le caía por la espalda y las rodillas. Estaba sentada en posición fetal escondiendo su cara, intentando pasar desapercibida. Pero Ángel la había visto y no iba a irse de ese concierto sin intentar saber qué le pasaba a esa pequeña mujercita, sin intentar averiguar qué era lo que le hacía llorar de esa manera. Así que fue directo hacia ella, dispuesto a preguntar, pero, cuando apenas le quedaban un par de pasos para llegar a ella, un grupo de chavales se le cruzó y la chica desapareció. 
Pilló las birras y volvió con sus amigos a fumar maría y escuchar buena música.
-Tío, ¿por qué has tardado tanto? –le preguntó Fran, que ya estaba sediento.
-Había mazo de gente en la barra, y he estado echando un meo –contestó, intentando olvidarse de lo que acababa de ver.
Mirara donde mirase, le parecía ver a esa chica, pero cuando se fijaba un poco mejor, descubría que no era ella; el resto de las chicas sólo eran una burda imitación de su encanto, digna de ser vendida en las mantas del Retiro.
Sus amigos hablaban entre ellos mientras él seguía buscándola con la mirada:
-Joder éste… ¡Qué mal le está sentando la hierba hoy…!
-Sí macho. Después de lo que le costó convencernos de que le acompañáramos, mañana, entre la birra y la maría, no se va a acordar del puto concierto…
-¡Qué cabrón…! Calla, que van a tocar “The number of the beast”, ¡ya era hora, coño!
Cuando el concierto terminó, los tres amigos salieron del recinto. Ángel se empeñó en volver a casa en metro, y no dejó que Fran le llevase en coche; así que se despidieron hasta el día siguiente y Ángel caminó hasta la parada de metro que, en realidad, estaba a dos pasos.
Fue allí donde volvió a ver a Marina:
-Hola –dijo, recibiendo como respuesta una mirada huidiza-. Te he visto en el concierto. ¿Por qué…?
-Si vas a preguntar por qué lloraba, será mejor que lo olvides –interrumpió ella.
-Está bien. Soy Ángel, encantado –dijo, tendiendo la mano.
-Marina –contestó, haciendo caso omiso al gesto de Ángel-. ¿Quieres que te lleve a casa? Tengo el coche fuera –ofreció medio ausente.
-Y, ¿por qué estás esperando al metro? –preguntó extrañado.
-No me apetecía conducir sola.
-¿Te viene bien llevarme a Carabanchel?
-Perfecto, yo vivo en Torrejón de Ardoz –su cara ya empezaba a tomar un tono más alegre.
-¡Pero si está a tomar por culo!
-Por eso me viene bien –dijo divertida-. Vivo en Torrejón, sí, pero nunca estoy allí. Y no hagas más preguntas, sólo sube al coche –masculló, haciéndole entender que se estaba poniendo pesado.
Fueron todo el camino sin dirigirse la palabra. En el coche sonaba “Welcome to de Jungle”, de Guns and Roses, y ambos cantaban entusiasmados. Cuando llegaron a casa de Ángel, le invitó a subir. Sus padres no estaban, explicó, y a ella le quedaba mucho camino para llegar a casa, y ya era muy tarde. Accedió sin dilación y pasaron toda la noche hablando, viendo películas, escuchando música y tocando la guitarra, hasta que un vecino les llamó la atención y se fueron a la cama, donde se terminaron de conocer. Descubrieron a qué olía su sudor, a qué sabían sus labios, de qué color eran sus entrañas. Descubrieron que se amaban en sueños desde siempre.
Desde entonces, Ángel y Marina, dos completos desconocidos, compartieron el resto de sus vidas. 
No fue mucho tiempo después cuando se mudaron a Segovia, una pequeña ciudad que Ángel desconocía y que Marina admiraba.
Allí pusieron una pequeña tienda de música que les daba la vida, aunque no vendían prácticamente nada.
Llegó un día en que los préstamos y las deudas se hicieron impagables. La tienda era improductiva y tuvieron que cerrarla; la tristeza llegó a sus días. Ya no tenían un motivo por el que levantarse cada mañana. A su lado, en la cama, tenían todo lo que necesitaban, se tenían el uno al otro. Sólo salían de casa a comprar cerveza, patatas fritas y condones, y a pillar hierba, que bebían, comían y fumaban tumbados en la cama, mientras unas veces follaban y, otras, hacían el amor. 
El deterioro fue rápido. Estaban justo en la línea entre la vida y la muerte, y decidieron que, fueran al lado que fueran, lo harían juntos.
El paro se les acabó, y empezaron a buscar un trabajo que nunca llegaba. Su cuerpo les pedía droga, y no se la podían dar. Discutían, se echaban la culpa el uno al otro y, al darse cuenta de que ninguno de los dos la tenía, se pedían perdón y se reconciliaban con un buen polvo.
En una de estas reconciliaciones, Marina se quedó embarazada. La noche que se enteró, cogió a Ángel de la mano, y nunca más volvió a soltarle. Ambos caminaron hasta la Avenida Padre Claret, subieron al Acueducto por su parte más baja, y fueron por arriba hasta la Plaza del Azoguejo, la parte más alta, donde, de un salto, quedaron inmortalizados para siempre. Un beso y un te quiero. Los dos saltaron, los tres murieron. “Una, dos y tres”, ésas fueron sus últimas palabras.

*Relato ganador del IV Concurso de Cuentos del I.E.S. Ezequiel González (para un premio que tengo, tendré que decirlo :P)

28 de Febrero de 2010.

2 comentarios:

  1. jajaja que no se te olvide el copyright

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  2. Una hermosa historia con un sorprendente final. Un relato plenamente humano, creíble en su desarrollo, conmovedor, sobrio, palpitante. El texto presenta una ambientación sonora que me recuerda a “After Dark” de Haruki Murakami, libro que leí por recomendación expresa tuya, en el cual se menciona a cada instante la canción que suena, la melodía que el personaje que desarrolla la acción está escuchando en ese momento, algo que hace que la narración tenga banda sonora propia. Merecido galardón otorgado a una crónica con alma propia.

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