5 de marzo de 2013

Noche sin Bruce Willis (II)

Cuando desperté recogí el salón. Aún estaban los restos de la cita del día anterior y quería olvidarla cuanto antes. Un desastre más. No había hombre para mí en el mundo, cada día estaba más segura. El día pasó rápido, era sábado y acostumbraba a comer algo lo más grasiento posible y tirarme en el sofá mientras veía alguna película. Esa tarde tocó “Sin City”, me había quedado con ganas de Bruce Willis después de tragarme medio diario de Noa.

A las 10 había quedado con Paula para tomar algo, pero me llamó diciendo que no podía. Tenía planes mejores, al parecer su novio iba a llevarla al cine a ver alguna americanada romántica. Pero no me daba la gana quedarme en casa. Me puse una camiseta escotada y las deportivas que me acompañaban a todas partes y bajé al bar de la esquina. Era un antro oscuro, con billares y futbolines y lleno de humo hasta con la puta ley antitabaco.

Me senté en una mesa vacía y pedí un tercio. Cogí un periódico abandonado que había en la mesa de al lado y me puse a leer las noticias, cada vez más asqueada. Pasaba las páginas intentando dar con esa que debía decir “Rajoy ha dimitido esta mañana”, pero no la encontraba.

-No parece que te guste mucho lo que lees.

Me sobresaltó una voz varonil y profunda que venía del otro lado de la mesa. Antes siquiera de mirarle, ya sabía que ese chico me gustaría. Levanté la cabeza; tenía los ojos grises y parecía que miraba al infinito. “Como Bruce Willis”, me dije. Me costó reaccionar, me había quedado prendada, pero no podía parecer una niñata. Ahora no.

-Aún no ha dimitido Rajoy.

Soltó una carcajada. Joder, era mi puto hombre ideal. Llamó al camarero y pidió otros dos tercios. Una hora después, seguíamos hablando y riendo y no cabían más botellines en la mesa.

-Debo irme –me dijo.

-¿Tan pronto?

-He quedado con mi bella dama, por ahí viene, ¿la ves? –hizo un gesto al frente.

Miré hacia donde señalaba. En efecto, una chica se acercaba hacia nosotros. Era una de esas que se rapan sólo media cabeza. ¿Por qué hacen eso? La verdad es que le quedaba bien. La chica era bastante guapa. Y yo llevaba media noche perdiendo el tiempo. Claro, cómo un chico así no iba a tener novia. Debí haberlo pensado antes. Tenía que haberle preguntado.

Me despedí y busqué con la mirada algún otro chico al que meter entre mis sábanas esa noche, pero a la sombra de Mario –mi hombre de los ojos grises- todos parecían nenazas. No, una chica con el pelo rapado así no podía quitarme a mi Bruce. Salí corriendo con la chaqueta en la mano, decidida a seguirles.

Tras andar durante un cuarto de hora, aproximadamente, escondiéndome detrás de los árboles y sintiéndome una súper espía secreta del FBI, entraron a un portal. Pensé que irían a cualquier sitio menos a casa. Me había quedado sin ideas, ya no tenía nada que hacer. Crucé la calle y me senté en el bordillo, abatida.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché una puerta. Miré, era él. Solo. No me había visto, así que fui por el otro lado de la calle, forzando un encontronazo.

-¡Vaya, vaya! No te había visto nunca y ahora dos veces el mismo día.

-¿Qué…? ¡Anda, si eres tú! Mario, ¿verdad? –me hice la despistada.

-¿Qué haces por aquí?

-Me iba para casa, la noche se ha terminado para mí.

-¿A casa ya? ¿Vives cerca? Venga, te invito a unas cañas.

-¿No se enfadará tu novia?

-¿Mi novia? –empezó a reírse a carcajadas-. ¿La chica de antes? ¿Piensas que es mi novia? ¡Ay, Dios! –no podía parar-. No, no. Es mi hermana. Quedo con ella siempre para llevarla a casa y que mi madre no se enfade. Así piensa que hemos estado juntos toda la noche y ella puede salir con su novio.

-¡Oh, qué idiota! Pensaba que era tu novia… Venga, te acepto esas cañas.

Fuimos a un garito que estaba bastante cerca y empezamos a beber. Cambiamos los tercios por cubatas de ron cola, la noche pedía algo más fuerte. La conversación y los gestos fueron subiendo de tono a la vez que el alcohol en la sangre. Iba a pedirle que viniera a mi piso, pero me excusé primero para ir al baño y arreglarme un poco.

La noche estaba yendo perfecta, y seguro que aceptaría venir. ¡Por fin una noche con un hombre de verdad! Me peiné con los dedos y me recoloqué la camiseta. El rubor que me daba el alcohol en las mejillas era mucho mejor que cualquier maquillaje y estaba lista para salir a matar.

Volví a la barra, justo donde lo había dejado, y ya no estaba. Me puse nerviosa y eché un vistazo rápido. Allí estaba, al fondo del local. Estaba hablando con otro chico. Me acerqué hacia ellos, dispuesta a llevármelo cuanto antes.

-¡Ah, aquí estás! Adriana, te presento a mi colega Roberto.

¡No, no, no! No podía ser… ¡El chico con el que estaba hablando era el de “El diario de Noa”!

-Ya nos conocemos –se adelantó-. ¿Verdad, Adri? Lo de anoche no estuvo bien, pequeña…

-¿Lo de anoche? ¿De qué habláis? ¡No me lo puedo creer! –ya estaba riéndose otra vez-. ¿Este es el de la peli, Adri? Tío, me han contado cosas vomitivas de ti. ¿En serio les pones esas pelis a las tías?

Se lo estaban pasando muy bien a mi costa. Yo en cambio me quería morir. Intenté apartar a Mario un momento para decirle que si nos íbamos, pero él insistió en quedarse con Roberto.

-Hacía mucho que no lo veía, y me lo estoy pasando bien.

-Paso, me piro. Ya tienes mi teléfono, si te hartas de éste, llámame algún día.

Me fui sin dejar que se despidiesen de mí, casi corriendo, sabiendo que había perdido a mi hombre perfecto por culpa de… ese gilipollas. Ya en la puerta del local, sentí que alguien me tiraba del brazo. “¿Te hace una peli?”. Roberto quería más. “Esta vez podemos ver la que tú elijas”.

Noelia. 5 de Marzo de 2013.

22 de febrero de 2013

Noche sin Bruce Willis

*Hacía mucho tiempo que no me pasaba por aquí a dejar algo...

Se recostó sobre la cama y sin previo aviso empezó a recitar poesía. No me lo podía creer. Miré hacia la ventana buscando una escapatoria pero no me atrevía a saltar desde un tercer piso. Increíble, me había encontrado con otro tipo de esos. Se volvió y me sonrió. Le devolví una amplia sonrisa forzada, aunque más bien debió parecer un gruñido, porque frunció el ceño.

-Vete a hablar de la luna a tu madre –le dije levantándome y recogiendo la ropa del suelo.

Me metí al baño y me cambié, y cuando salí él seguía en la cama mirándome sin comprender. Salí de la habitación. En la recepción del hotel les dije que la habitación ya estaba vacía y me largué.

Salí riéndome yo sola y escuché una voz desde una ventana. Miré arriba. “¡Nena, te dejas esto!”. Hice revisión rápida de mis cosas. No me dejaba nada. Lanzó un libro de portada blanca y letras negras, “Curvas de mujer. Diego Gutiérrez.” ¡Era suyo! Recuerdo que cuando se presentó pensé que tenía nombre de tipo duro y resultó no ser más que otro poetastro que se creía importante por haber imprimido doscientos panfletos con diez poemas suyos que no valían ni para limpiarse el culo. Ahora me acuerdo, me lo contó mientras le comía la polla. ¿Qué tipo de persona puede hablarte de esas cosas mientras le haces sexo oral? Yo no escuchaba, por supuesto.

-¡No me llamo nena, me llamo Adriana! –le grité mientras le hacía un corte de mangas y buscaba una papelera donde tirar el poemario.

Suerte que esa tarde tenía otra cita. Últimamente no me faltaban oportunidades, pero no sé qué les pasaba a los hombres del mundo, ninguno daba la talla.
Roberto prometía. Llevábamos unos meses hablando por internet y al menos ya sabía que no buscaba una pastelosa relación de amor, sino más bien algo de sexo divertido. Lo imaginaba con la misma mirada sexy de Bruce Willis y sólo de pensarlo se me hacía la boca agua. Habíamos quedado en mi piso y pensé por empezar con una película con palomitas y un refresco.

 Llegó tarde. Odio que lleguen tarde. Dijo que se había perdido… Hay que ser idiota para no encontrar mi casa. Traté de ocultar mi enfado, pensando en lo bien que podría pasármelo con él entre las sábanas de mi cama. Al primer silencio incómodo, que no tardó demasiado en llegar, le propuse ver una película.

-¡Genial! –dijo-. Yo también venía con esa idea –sacó algo de la chaqueta-. Había pensado que tal vez podría gustarte.

Me ofreció “El diario de Noa”. No podía creerlo, ¡hasta a él le había dado la fiebre del amor! Mi cara debía ser un poema.

-Yo… bueno… –balbuceé-. Había pensado más bien en algo de Bruce Willis.

-¡Qué bien! ¡“Historia de lo nuestro” es muy buena! Podemos ver si está online…

-¡No, no, no! –estaba poniéndome nerviosa-. ¿Qué tal “Sin City” o “El caso Slevin”?

-¿En serio? ¿Una de acción? Mmm… No sé, no me convence mucho, la verdad.

Al final tuve que ceder. No llevábamos ni media película cuando muerta de aburrimiento me terminé la cocacola de un trago, tras haber devorado todas las palomitas, y comencé a insinuarme.

-Mira, atenta, ahora es cuando blablablá –me apartó de él sin siquiera mirarme.

-Tengo que ir al baño –dije, y me escabullí. Me puse una camiseta con más escote y coloqué estratégicamente a mis chicas.

Cuando volví, Roberto había parado la película para que no me perdiese ni una escena. Le lancé una mirada asesina sin que se percatara y, cuando iba a darle al play, le arranqué el mando de la mano y lo lancé al aire. Me miró sin comprender y, antes de que pudiese articular palabra, me senté a horcajadas sobre él. Clavé mi mirada en sus ojos y me acerqué lentamente a besarle.

-Pero… la peli… –intentó reprochar. Ya era tarde. Sentía cómo su polla se endurecía entre mis piernas.

Me puse de rodillas en el suelo y le desabroché el pantalón. Miré hacia arriba y me estaba mirando las tetas. El escote había surtido el efecto deseado. Se levantó para que pudiese bajarle los pantalones y los boxers y volvió a sentarse. Le acaricié el interior de los muslos, acercándome poco a poco a su miembro erecto, y lo agarré. No quería chupársela todavía, quería hacer que me suplicase, así que acerqué mi boca, sin llegar a tocarle, y comencé a masturbarle con las manos, mientras procuraba marcar escote y mirarle a los ojos con cara de zorra.

Sus ojos llevaban ya rato pidiéndomelo, pero yo quería que fuese él quien lo dijera, y no tardó en hacerlo.

-Adri, si no me la comes voy a reventar.

Recorrí su larga polla con mi lengua, hasta llegar arriba, y me la metí en la boca. Soltó un gemido de placer y noté cómo sus caderas comenzaban a moverse ligeramente.

Me arrancó la camiseta y me quitó los pantalones. Se tumbó encima de mí mordisqueando mis pezones y haciéndome cosquillas en el ombligo.

Me metió los dedos y los sacó empapados. Me di la vuelta, poniéndome a cuatro patas, y comenzó a follarme. Estaba muy excitada, pero no tardé en darme cuenta de que él lo estaba mucho más. Intenté cambiar de postura, para ponerme yo arriba y poder llevar el ritmo, pero ya era demasiado tarde. Se había corrido sin avisarme siquiera.

-Yo ya, nena… Si te das prisa, aguanto un poco más.

Fingí un orgasmo y me senté en el suelo, con la espalda apoyada en el sofá. Él se levantó y se puso los boxers.

-Ha estado bien, ¿verdad? –me dijo-. Nuestra primera vez ha sido en el suelo, como Noa y Allie en la peli.

¡Seguía pensando en la puta película! No me lo podía creer. Me dejaba a medias y encima se ponía a hablarme de la película más aburrida que había visto en años… Me enfadé.

-¡No me ha gustado la película! Y no, nuestra primera vez no ha sido como la de esa tal Noa y su novio, ¡seguramente ella no fingió el orgasmo!

No sabía cómo reaccionar a mis palabras. Me levanté y me vestí, ignorándole completamente. Él también terminó de vestirse, cogió la película y se largó. Antes de dar un portazo gritó:

-¡Noa es el chico!

Noelia. 22 de Febrero de 2013.