10 de junio de 2012

Un nombre propio: Felicidad

 *Este es el primer relato que tengo, así que, aunque tal vez tenga menos calidad que otros, le tengo mucho cariño. Por cierto, todos los días tengo varias visitas, pero los comentarios son escasos... No me como a nadie! Podéis comentar... xD

“-Buenas tardes. Soy Caterina, aunque me podéis llamar Cati. Soy la psicóloga encargada de controlar esta terapia de grupo. Vamos a empezar con algo muy sencillo. Vais a contar la historia de vuestra vida. Todo lo que os haya traído hasta aquí. Empezaremos… empezaremos por ti –dijo señalándome-. ¿Cómo te llamas?
-Soy Rosalía. Bueno, Rosa, para los amigos.
-Muy bien, Rosa, cuéntanos tu historia.
Esas mujeres parecían muy interesadas en mi historia. Supongo que yo también lo estaba por las suyas, así que comencé a contar mi vida:
-El día que yo cumplía quince años, mi madre se empeñó en llevarme al zoo después de comer. Yo le dije que no porque, como siempre, había bebido demasiado en la comida. No me hizo caso, y me hizo montar en el coche. No me gustaba nada que condujese borracha, no sería su primer accidente por tasa de alcohol elevada, pero se puso tan pesada que tuve que hacerle caso. El desastre llegó. Una curva mal tomada, un momento de confusión, el sonido de la ambulancia… Me llevaron al hospital. No tenía nada grave. Sólo me había roto una pierna. Pero tenían que operar a mi madre. Querían mi sangre para salvarla, y yo se la di. La operación salió mal, y yo de repente me vi sola. Sola, con quince años, sin familia, sin tener a dónde ir, sin saber qué hacer. 
»Esa misma tarde, vino a mi habitación del hospital una señora joven, con el pelo recogido en un moño y unas gafas rojas muy bonitas. Vestía un precioso traje, que parecía uno de esos de Armani que salen en las películas. Me dijo que me llevaría a un centro de acogida, donde había muchos niños como yo, y yo pregunté cómo eran esos niños, por supuesto, sin obtener ninguna respuesta. 
»Fui de casa en casa hasta que encontré una familia que me gustaba y que quería realmente quedarse conmigo. Estuve hasta los 17 años con ellos. Cerca de año y medio. Pero la mujer se suicidó por causas desconocidas. En realidad yo creo que su marido la mató. Ellos no se querían. Me querían a mí, y por eso seguían juntos. 
»Volví al centro de acogida, donde conocí a Daniel. Daniel no era un chico muy guapo, pero tenía algo que me atraía. No sé que era la verdad, pero me atraía. Pronto me enamoré de él y, aunque me costó, conseguí que él también lo hiciese. Nos fugamos del centro de acogida. Él conservaba aún la casa que había sido de sus padres, y decidimos instalarnos allí. A los dos días llegó la policía. Sabían dónde estábamos desde el principio. Él cumplía ese mismo día su mayoría de edad, cosa que yo no sabía, y le metieron a la cárcel por  persuasión al menor. Yo le quería mucho, y tenía que volver a comenzar mi vida para poder vivir sin él, así que eso fue lo que hice. 
»Me faltaba un mes para los 18, y nada más cumplirlos me fui del país. Sabía inglés desde que era muy pequeña, así que decidí irme a Nueva York. Allí busqué otra vida muy diferente y encontré un grupo de amigos. No era precisamente lo que yo había pensado cuando era más pequeña, pero las cosas habían cambiado mucho desde entonces. 
»Con esta gente me lo pasaba muy bien. Bebíamos, fumábamos, nos drogábamos y manteníamos relaciones sexuales unos con otros sin tener nada serio. Ninguno queríamos nada serio. 
»Al final la cosa cambió, y ellos fueron formando sus vidas, algunos solos, otros acompañados, pero el grupo se desintegró. Yo no tenía dónde ir, porque vivía con una de mis “amigas”, que acabó casándose y yo, sobraba allí. 
»Me fui a uno de los barrios marginales de Nueva York, y empecé a hacer lo que hacía todo el mundo allí: buscar cartones para no pasar frío por la noche, y hacer lo posible por conseguir un poco de dinero para poderme pinchar. 
»Estuve así muchos años. Tantos que me cansé. Me cansé de la mala vida. Quería volver a ser una persona. Y por eso estoy aquí. He pasado por muchos centros de rehabilitación, y ninguno me ha servido de nada. Por eso decidí intentarlo con la terapia de grupo. Puede que conocer otras historias me ayude. Llevo mucho tiempo sin meterme nada, pero al final siempre caigo de nuevo. Sé que aquí podéis ayudarme mejor. Por eso he venido. Sólo por eso.
Mientras contaba la historia, algunas asentían porque tenían una historia parecida, otras me miraban con cara de lástima, y las que más cerca tenía me tocaban el hombro para apoyarme. Todo fue más fácil de lo que yo pensaba.
-Muy bien, Rosa –dijo Cati-. Sigamos con el resto de historias. Es tu turno. ¿Cómo te llamas? –preguntó mirando a una chica morena que parecía la más joven del grupo.
Escuché con atención todas las historias, y después fui al albergue que me habían asignado. Estaba muy contenta por poder dormir en una cama de nuevo. Al levantarme por la mañana me dieron un desayuno calentito y volví a la terapia, que era mañana y tarde, para tenernos más controladas.
Después de un año y medio haciendo diferentes ejercicios casi todas estábamos rehabilitadas, y las demás volverían a intentarlo.”
-Me encanta que me cuentes esta historia, mi amor. Es muy emocionante. Parece sacada de una película…
-No quieras vivirla, Juan. Es muy duro. Pero ahora doy gracias a Dios por haberte conocido y haber criado a estos dos maravillosos hijos junto a ti.
-Hablando de los niños, es hora de cenar. ¡Carmen! ¡David! ¡A cenar!
-Te quiero mucho Juan. Mucho. Todos los días agradezco tener una vida normal de nuevo. Añoraba tener quince años otra vez, y cumplir dieciséis, diecisiete y dieciocho… contigo lo he conseguido. Te amo.
-Yo también Rosa. Yo también.

15 de Marzo de 2007