5 de enero de 2012

La maldición del beso

-Siéntate y explícamelo todo –dijo Eva mientras servía dos generosas copas de vino.
-¡No hay nada que explicar! ¡¿Es que acaso no se ve?!
Daniel estaba muy alterado, pero empezó a relajarse en cuanto el delicioso vino tinto de su copa rozó sus labios. Poco a poco fue adquiriendo la paz espiritual suficiente para contarle a Eva lo que sucedía.
-Estaba en mi casa tranquilamente, viendo la tele, cuando me empecé a sentir mareado. Me dolía mucho la cabeza; pensé que quizás habría bebido más de la cuenta y me fui a la cama. Después recordé que apenas había bebido dos copas de vino, un Rioja del 94, durante la comida, pero en seguida me quedé dormido.
Hizo una parada para dar un trago de su copa. Eva no comprendía nada y estaba ansiosa por saber por qué su hermano tenía la cara magullada y ensangrentada.
-¿Y luego?
-Luego… viene lo extraño.
-¿Lo extraño, dices? Yo sólo quiero saber quién y por qué te ha dado esa paliza…
-Es que yo tampoco lo sé, pero quizás si me dejas continuar…
-Claro, perdona.
-Pues, como iba diciendo, luego vine lo extraño. Todo sucedió como si se tratara de un sueño, pero eso es imposible. Iba paseando tranquilamente por el parque cuando, de repente, escuché algo entre los matorrales. Parecían los gemidos de una mujer y, conforme me acercaba, escuchaba más claramente “Ayúdame, por favor, ayúdame”, casi en un suspiro. Me asomé a ver qué pasaba y había una mujer enredada en los matorrales. Era una mujer joven, con la tez pálida y el cabello negro. Llevaba un largo vestido blanco y los pies descalzos. Tenía algún arañazo debido a las ramas de los matorrales. “¿Quién te ha hecho esto?” le pregunté. “Ellos”, dijo, “han sido ellos”. Seguí preguntándole que quiénes eran ellos y no me decía nada. La cogí en brazos y me la llevé a casa para lavarla los rasguños. Le ofrecí agua cuando llegamos y no quiso. Quizás debí ofrecerle vino. Me dijo que no debería haberla ayudado, que ellos vendrían a por mí. Yo no entendía lo que decía y, poco a poco, me fui acercando a sus labios y la besé. Cuando abrí los ojos, no había nadie en la silla que tenía enfrente. En el lugar que antes ocupaba esa mujer, ahora había un montón de cenizas.
-Pero eso es imposible –interrumpió Eva.
-Ya te dije que parecía un sueño. Cuando estaba meditando sobre lo que había podido pasar, sobre cómo había desaparecido la joven, alguien me agarró por detrás. No pude verle porque me echó un gas lacrimógeno en los ojos, pero escuché su voz, era un hombre. Me decía que no tenía que haberla besado, que ahora tendría que morir, y empezó a darme una paliza. Mientras me pegaba, se me iba pasando el efecto del gas lacrimógeno y, cuando estaba a punto de ver la cara de mi agresor, se esfumó. Desapareció como había sucedido con la chica. Me encontré, por tanto, acurrucado en la cama, llorando. Muy asustado vi que estaba ensangrentado en el espejo que tengo sobre la cómoda… no puede haber sido un sueño. No sé qué es lo que ha sucedido, Eva, pero tengo miedo.
-Daniel, todo esto es muy extraño… ¿Tú estás seguro de lo que dices?
-¿Qué insinúas?
-Sólo digo que tal vez te pasaste con el vino… No sería la primera vez…
-Te digo que no bebí tanto. Ponme otra copa, por favor.
A la mañana siguiente Daniel apareció muerto en el sofá de casa de Eva. Se encontró en la autopsia una gran cantidad de compuesto 1080, un pesticida sin olor ni sabor, soluble en agua y que bloquea el metabolismo celular, provocando una muerte rápida y dolorosa. Alguien lo puso en su copa de vino. Eva no había sido, se colgó del techo de su habitación en cuanto lo vio.

20 de Enero de 2010.

2 comentarios:

  1. Desconcertante y apasionante historia que, aparentemente, pide a gritos una continuación que esclarezca algo más de la interesante trama que plantea. Aunque en ocasiones es mejor que todo quede a libre interpretación de cada cual. Final abierto que deja al lector en un mar de elucubraciones, intentando averiguar lo que la autora ha querido mostrar o hacernos ver en realidad. No viene mal que de vez en cuando nos hagan pensar un poquito. Turbadora y original crónica.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Gonza, por este comentario y por todos y por leerme y por estar ahí siempre... Gracias por todo :)

    ResponderEliminar