30 de diciembre de 2011

La vista atrás...

En estas fechas, la mayoría de la gente se para a pensar qué ha hecho el último año. Yo también lo hago, pero yo lo hago por un motivo diferente. Yo no lo hago porque acabe el año solar, sino porque acaba uno de los de mi vida. Sí, hoy es mi cumpleaños. Ya van 20, un 24'5% de mi vida, según la esperanza de vida que google da para España...
El año que he pasado con 19 años ha sido uno de los mejores de mi vida (no me atrevo a decir que el mejor, pero estoy casi segura de que así es).
Hace exactamente un año, estaba comiendo por ahí con la gente que más quería, al igual que estoy haciendo hoy, disfrutando de su compañía, sin ningún tipo de complicación. Así es como me gusta empezar mis años, con mi gente.
Y al día siguiente, Nochevieja... Algo importante empezó ese día. Algo más que el año 2011. Ese día jugué y  me divertí, pero también supe que ese chico sería mío algún día... 
No fue hasta febrero que empezamos a hablar cada día hasta las tantas de la madrugada, durmiendo sólo 2 ó 3 horas diarias por hablar con él... y bastó con dejar caer un "podríamos quedar algún día" para que me propusiese quedar ese mismo viernes...
Desde entonces empezamos a quedar todos los viernes que nos era posible, dando infinitos paseos, hablando de todo lo habido y por haber, y reprimiendo a cada instante mis ganas de besarle... Quería que me besase él primero, si es que quería algo... y lo hizo. 
Abril es nuestro mes. Llevamos apenas 8 meses y una semana... pero a mí me da la sensación de llevarle conociendo toda la vida. Es la persona más maravillosa del mundo. Y como sé que está leyendo esto (y lo leerá varias veces :P)... Te amo, Gonzalo :)
En este año han pasado muchas más cosas. He afianzado mis amistades en la universidad, ha habido discusiones entre mis amistades de Segovia, he estudiado, he reído, he llorado, he sufrido, me he divertido... Pero Gonzalo es lo más importante que me ha pasado este año, y siempre recordaré el 2011 gracias a él.
En realidad, es lo más importante que me ha pasado no sólo este año, sino en toda mi vida. Diría que ojalá estuviese conmigo para siempre... pero es que sé que así será. No hay otra persona para mí.
Por todo esto y mucho más, creo que me merezco un "feliz cumpleaños, Noelia".

24 de diciembre de 2011

Hija de la Luna. Final.

“No sé por qué me han metido aquí, con todos los locos… Encima me obligan a escribir este estúpido diario. Para que esté entretenida, dicen. Podría llegar a entender que me hayan quitado el móvil, la tele… incluso la música… Pero, ¿el libro? ¿Qué daño puede hacerme, a mí o a cualquiera que no se llame Alonso Quijano, un libro? Así, normal que no me entretenga y tenga que escribir esto… ni siquiera se me permiten visitas más que una vez a la semana…”
Esas fueron las primeras palabras que Carmen escribió en el diario que el psiquiatra del Hospital Universitario Príncipe de Asturias entregaba a todos los pacientes con suficiente capacidad como para escribir.
La muchacha no entendía por qué la habían metido a psiquiatría. Entendía que necesitaba protección contra Luna, que necesitaba que siempre hubiese alguien con ella pero, ¿por qué esa protección tenían que dársela en un hospital? Peor aún, ¿por qué en la unidad de psiquiatría? ¿Acaso pensaban que estaba loca y que se había inventado a Luna? ¡Pero si había pruebas! ¿Qué significaba sino la marca de su cuello? Carmen estaba segura de que esa niña era fruto de la luna y del mismísimo diablo, pero los médicos no pensaban lo mismo:
- ¿Qué hay con la marca de su cuello? ¿Pensáis que podría habérselo hecho ella misma? –preguntó el primer médico que la trató a sus colegas de profesión.
- Es una quemadura que podría haberse hecho con cualquier hierro incandescente en forma de media luna. No tiene por qué haber sido ella, pero tal vez la historia haya surgido en su mente a raíz de esa marca –respondió severo el psiquiatra, un doctor conocido por sus métodos poco ortodoxos.
- Pero ella no había visto la marca antes de despertar aquí –intervino la enfermera que estaba con ella cuando despertó.
- Tal vez eso es lo que quería hacernos creer… los esquizofrénicos son muy inteligentes y, tal vez… –replicó de nuevo el psiquiatra.
- ¿Insinúas…? –interrumpió el primer doctor. Esperó unos segundos y, al no obtener respuesta, continuó-. ¿No crees que es un diagnóstico muy precipitado?
- Quizás, pero es el único cuadro clínico con el que puede encajar, y ninguno de nosotros, ni siquiera sus padres, creemos que esa niña pueda existir… Creo que es hora de empezar a hacerle pruebas.
Tras dos semanas de pruebas, se determinó que no había nada raro en el estado mental de Carmen, excepto una ansiedad que aumentaba según se acercaba el día de luna llena y la aparente invención de la niña. Luna no había vuelto a aparecer en sueños o, al menos, Carmen no había vuelto a decir nada, pero como dormía medicada, el dato no tenía demasiada relevancia.
La herida con forma de media luna del cuello parecía haber cicatrizado correctamente y todo el mundo se había olvidado ya de ella. Sin embargo, la noche antes de “el gran día” (como ya llamaban todos los médicos a la noche de luna llena) sucedió algo.
Carmen volvió a despertar dando voces, decía que Luna se había metido en su sueño y había dicho pronunciado sólo 3 palabras: “Ya falta poco”. Después se había ido, tan pacífica como siempre, con la misma serenidad y parsimonia en los ojos que tenía en la voz al hablar. Pero no quedaba todo ahí. La herida, ya cicatrizada, estaba sangrando y totalmente abierta de nuevo.
Las enfermeras y los médicos estaban asustados. Todo el mundo en el hospital empezaba a creer que algo extraño pasaba, que esa niña quizás no fuese inventada y que, tal vez, Carmen corriese peligro al día siguiente. Todos menos el psiquiatra, el doctor Torrego. Él se reía de cualquiera que insinuara que Carmen podía decir la verdad, se reía de la misma Carmen, e intentaba medicarla por todos los medios. Se mantenía firme en su diagnóstico de esquizofrenia y se creía superior al resto de médicos porque ellos no veían la evidencia.

* * *

Por fin llegó el gran día. Transcurrió bastante normal: Carmen desayunó y tomó su ya habitual dosis de tranquilizantes, escribió en el diario, comió, tuvo su visita con el psicólogo… La misma rutina de siempre.
Empezaba a anochecer, ya se veía la luna, y el doctor Torrego se encontraba en su despacho, estudiando un caso que nada tenía que ver con el de Carmen, pues para él ya estaba más que resuelto, cuando llamaron a la puerta. Pensó que sería cualquier enfermera con cualquier tontería, así que masculló de mala gana algo que daba a entender que se podía pasar y siguió inmerso en sus asuntos. Escuchó que alguien entraba y cerraba la puerta, pero no dijo nada. Fue unos minutos después cuando se dio cuenta de que su visita no había pronunciado ni un simple saludo y levantó la cabeza de sus papeles para ver quién era.
Su sorpresa fue máxima al encontrarse sentada en la silla frente a su escritorio a una dulce niña rubia, con cara y apariencia de buena.
- Buenas noches, doctor –saludó la niña-. ¿Sabe quién soy?
- Eres… ¿eres Yurena? –el doctor no sabía muy bien qué actitud tomar. ¿Acaso esto era una broma?
- Llámeme Luna, por favor. Es más bonito que Yurena, ¿no cree? –la niña miraba directamente a los ojos del doctor, poniéndole visiblemente nervioso-. ¿Qué le ocurre? Ah, ya… No esperaba mi visita, ¿verdad? No se suele esperar la visita de alguien en quién no se cree…
- Yo… –el doctor hizo amago de replicar con cualquier excusa.
- No me interrumpa –en esta ocasión los ojos de Luna mostraron algo de enfado, pero seguía siendo inapreciable cualquier emoción en su tono de voz-. Quiero ver a Carmen, pero no quería ir sin antes saludarle a usted.
- Me temo que eso no va a ser posible. Carmen no puede recibir visitas hasta el domingo.
- Pero yo el domingo no puedo venir, así que tendrá que ser ahora.
El doctor pensó que sólo era una niña y podría impedírselo sin problema, así que empezó a forcejear con ella.

* * *

La enfermera fue a llevar la cena a Carmen y, al entrar en la habitación, se la encontró en un estado lamentable. Había sufrido una crisis de ansiedad y le salía espuma por la boca. Corrió a avisar al doctor Torrego, dejando caer la bandeja con la cena, momento en que Luna aprovechó para entrar en la habitación.
La enfermera entró al despacho y se encontró al doctor muerto, con una expresión de horror en la cara y una marca como la de Carmen en la palma de la mano.
Un médico de planta que había oído los gritos de la enfermera y el estruendo de la bandeja al caer, acudió a ver qué ocurría. Se encontró a Carmen tendida desnuda en la cama, con una marca de media luna sobre el corazón, más grande que la del cuello. Escuchó una risilla detrás de él y se volvió rápidamente. Luna se volatilizó entre carcajadas, cada vez más audibles, como si fuera una nube.

* * *

Marta paseaba por su barrio, como hacía tantas noches, cuando se cruzó con una preciosa niña rubia, que parecía muy simpática:
- Hola. ¿Cómo te llamas?
- Marta, ¿y tú?
- Luna. Bueno, en realidad me llamo Yurena, que significa hija de la Luna, pero no me gusta y todo el mundo me llama Luna.
- Encantada de conocerte, Luna. ¿Dónde están tus papás?

15 de Febrero de 2011.

19 de diciembre de 2011

Hija de la Luna. 2ª parte.

Un mes después, Carmen no había vuelto a tener noticias de la niña. Aunque había tenido varias pesadillas en las que se repetía una y otra vez su primer encuentro, al despertar, se repetía a sí misma que no pasaba nada, e intentaba seguir con su vida normal sin pensar en ella.
Sábado por la tarde: momento de hacer la compra. Normalmente iba en autobús hasta el supermercado, pero ese día le apetecía dar un paseo. Acababa de terminar los exámenes y caminar le relajaba más que ninguna otra cosa, así que, como hiciera un mes atrás, comenzó a andar lentamente sumida en reflexiones pasajeras que nada tenían que ver con la pequeña Luna.
Ya llegando a la residencia, se dio cuenta de que había una maravillosa luna llena. “Noche de hombres lobo, pensó, y quiso fotografiarla con el móvil. Dejó las bolsas en el suelo, sacó el móvil y se asustó al escuchar la aguda, lenta, pausada e inexpresiva vocecilla de Luna:
- Está guapa, mi madre, ¿verdad? Yo siempre vengo a verla cuando está tan redonda. Mira mi cabello, es color plata, lo heredé de ella. ¿Verdad que yo también soy muy guapa?
- Luna… –el tono de Carmen expresaba sorpresa, pero a la vez terror.
- ¿Qué tal te salieron los exámenes? ¿Ya has acabado, verdad? Tal vez hoy puedas jugar conmigo… Puedo ayudarte a colocar la compra.
- Lo siento Luna, hoy no va a poder ser… –quería escapar de ella cuanto antes.
- No me mientas. Sé que no tienes nada que hacer. Deberías ir acostumbrándote a que yo lo sé todo –la voz de Luna no sonaba enfadada. A decir verdad, la voz de Luna nunca expresaba su estado de ánimo. Nunca expresaba nada. Era capaz de decir con la misma entonación cualquier cosa-. ¿Jugarás conmigo o no?
- Está bien… ¿a qué vas a querer jugar? ¿A las princesas?
- ¿Princesas? ¿Qué clase de juego es ése? Yo jamás he jugado a nada relacionado con princesas… ¿Qué tal a la ouija?
- ¿A la… qué? –Carmen no estaba segura de haber entendido a Luna. ¿Había dicho ouija? No… era imposible que una niña tan pequeña supiese lo que era la ouija… Por otro lado, tal vez se lo hubiese escuchado decir a algún hermano, primo o conocido adolescente.
- A la ouija. Así puedo presentarte a mis madres y a mi padre. ¿Verdad que es fabuloso? Siempre llevo un tablero conmigo en la mochila… Si no quieres jugar conmigo, me pondré muy triste… –estaba claro que sabía de lo que hablaba. Carmen tuvo la necesidad de salir corriendo, aun sabiendo que no debía hacerlo. La niña le daba verdadero miedo. ¿Qué debía hacer? Sí, salir corriendo con cualquier excusa sería la mejor opción.

* * *

Carmen despertó con una fuerte presión en el pecho. Sentía que no respiraba como siempre, que pasaba algo raro y, cuando se fue a incorporar, se mareó. Escuchó una voz que le hizo volver a la realidad:
- No te preocupes, estás en buenas manos –la voz le era totalmente desconocida, e intentó incorporarse de nuevo -. No te esfuerces, no podrás. Llevas tres días en esa cama… ¿Sabes dónde estás? –la mujer parecía agradable.
- No… -balbuceó Carmen, dándose cuenta de que tampoco podía hablar bien. Tenía la sensación de estar en un universo paralelo.
- Esto es un hospital, Carmen. Johnny, el recepcionista de tu residencia de estudiantes, te encontró el sábado por la noche a pocos metros del edificio y tu estado era… bueno, ¿recuerdas que pasó? –continuó hablando ante la negativa de Carmen -. Te habías desmayado, no tenías ningún daño físico excepto una extraña marca en el cuello. Tiene forma de media luna, es una quemadura, como si te hubieran marcado igual que hacen con el ganado…
Carmen pidió un espejo y se miró la marca. En seguida recordó a Luna y contó a la enfermera todo lo que sabía de ella, sus dos encuentros. Preguntó por la niña y nadie sabía nada de ella. Nadie la había visto. Johnny fue interrogado por los médicos, y él aseguró una y mil veces no haber visto antes a ninguna niña como la que Carmen describía y seguía insistiendo en que ninguna menor había entrado a la residencia en el último curso.
Carmen insistía una y otra vez en que la niña tenía que saber algo, tenía que saber qué pasó. Probablemente se asustó y se fue corriendo sin saber qué hacer, era muy pequeña como para reaccionar bien, pero seguro que si ahora daban con ella… podría contar lo que pasó.
Habitualmente era difícil encontrar niños en esa zona, pues la residencia estaba en un campus universitario donde no había más que facultades, la residencia y el hospital. No había viviendas, ni colegios, ni parques cerca. Por eso se pensó que quizás la niña fuese pariente de algún ingresado en el hospital, aunque seguía siendo extraño que vagase por ahí sola cuando ya toda la zona se iba sumiendo en la oscuridad de la noche.
Puesto que los dos encuentros se produjeron con un mes de diferencia, se preguntó a aquellos pacientes que llevaban más de un mes ingresados. Ninguno conocía a una niña como la que describía Carmen, de hecho, ninguno recordaba haber recibido visitas de ninguna niña.
Para los médicos estaba claro: no existía tal niña, Carmen había sufrido un gran shock que le había llevado a inventarse a esa niña en su subconsciente para encontrar una explicación.
Carmen estaba muy nerviosa y decidieron tratarle con tranquilizantes. Con el paso de los días su estado mejoraba notablemente y no tardó mucho tiempo en necesitar los tranquilizantes sólo por la noche. Esa era la prueba definitiva para conseguir el alta: pasar una noche sin tomar nada. Los médicos pensaban que lo superaría sin problema, y ella poco a poco fue creyendo también en ello. Se convenció a sí misma de que ese episodio de su vida no tuvo nada de extraño, simplemente no podía recordar lo que pasó por el shock que sufrió, pero el miedo que le daba pensar en ello era absurdo. No había ningún motivo para tener miedo.
En menos de una semana llegó el momento de la prueba definitiva, de pasar 24 horas sin tranquilizantes. El día fue normal, como todos, tuvo visitas, paseó por los pasillos del hospital, pasó un rato leyendo… Y cuando llegó la hora se acostó a dormir. No tardó mucho en quedarse dormida, y aparentaba tener un sueño muy tranquilo. Pero, de repente, a las 5 de la mañana, cuando ya nadie lo esperaba, despertó gritando y llorando, muy alterada. Las enfermeras acudieron en seguida y le pusieron una nueva dosis de tranquilizante.
Al día siguiente el psicólogo fue a conversar con ella. Seguía muy mal, pero no tardó en hablar. Al parecer, la noche anterior había tenido pesadillas. Había soñado con Luna. Así lo relató ella:
“Estaba en un lugar extraño, no sabría explicar dónde estaba. Había arena a mis pies y, alrededor, todo negro. Excepto una cosa, había una enorme luna llena. Jamás había visto una luna tan grande y tan hermosa. Al principio yo admiraba el paisaje y estaba feliz, pero luego… Luego apareció ella.
Me dijo que estaba muy equivocada si pensaba que ya me había librado de ella. Que ella sólo venía las noches de luna llena, pero que en los sueños podía aparecer cuando quisiera, que me preparase para la próxima luna llena…
Faltan menos de tres semanas, doctor, tengo miedo… Ustedes me van a proteger, ¿verdad? Estando aquí no puede pasarme nada, ¿verdad?”.
Carmen estaba realmente afectada por el sueño, hablaba al psicólogo desde un lugar muy lejano a esa habitación, mantenía la mirada fija en un punto muerto de la pared blanca del fondo. El psicólogo determinó que debía ser ingresada en la unidad psiquiátrica, al menos, hasta que pasara la noche de luna llena.

16 de diciembre de 2011

Hija de la Luna. 1ª parte.

Carmen fue a dar un paseo. Estaba cansada, agobiada, y lo que más le apetecía era caminar, pasear olvidándose de todo. Hacía poco tiempo que estaba en esa residencia de estudiantes, y aún no conocía bien los alrededores. Sería un buen momento para inspeccionar la zona.
Después de una hora de caminata y de contemplar un rato la inmensa luna llena, estando mucho más relajada y con ganas de darse una ducha calentita, cenar algo rápido y meterse a la cama, divisó a una niña que parecía salir de la nada. Estaba ya muy cerca de la residencia y decidió cambiar de acera por si era parlanchina. No le apetecía entretenerse más. Pero la niña se le acercó y comenzó a hablarle:
- Hola. ¿Cómo te llamas?
- Carmen, ¿y tú?
- Luna. Bueno, en realidad me llamo Yurena, que significa hija de la Luna, pero no me gusta y todo el mundo me llama Luna –su tono de voz era monótono, como el de un autómata.
- Encantada de conocerte, Luna. ¿Dónde están tus papás?
- Mis padres están muertos, yo les maté –la niña hablaba muy lentamente, concentrándose en pronunciar muy bien cada palabra y no dar apenas entonación a la frase. Resultaba algo inquietante escucharla.
Carmen se había asustado un poco de que una niña tan pequeña dijera esas palabras. ¿Cuánto de verdad había en ellas? Intentó cambiar un poco el tercio de la conversación; era muy probable que no volviera a verla nunca, así que sería mejor no preguntar.
- Y dime, Luna, ¿con quién vives ahora?
- Yo no vivo. Morí con ellos. Los tres fuimos juntos al cielo, a encontrarnos con mi otra madre, la Luna –tras una larga pausa, en la que Carmen estaba bastante asustada, y Luna la miraba con curiosidad, retomó el diálogo-. Me encantaría ver tu habitación. ¿Puedo?
- El recepcionista no te dejará pasar sin autorización de algún responsable tuyo. Son las normas…
- Da igual, él no podrá verme. Sólo tú puedes verme –interrumpió.
Carmen estaba confusa. No sabía hasta qué punto hablaba en serio la pequeña y, por tanto, no sabía cómo debía reaccionar. De pronto recordó algo: uno de sus vecinos en la residencia, y a la vez amigo suyo, Julio, tenía una hermana pequeña, cuya descripción encajaba con la de Luna –rubia, ojos azules, menudita y muy inteligente para su edad. Había oído decir que la familia de Julio iba a ir a visitarle esa semana, así que seguro que Julio y los demás le estaban gastando una broma utilizando para ello a la pequeña. Se aferró a esta idea para poder tranquilizarse y mostrarse un poco más natural. Decidió dejar a Luna subir a su habitación, pues, si era la hermana de Julio, no habría ningún problema.
En efecto, cuando entraron en la residencia, el recepcionista no dijo nada. Continuó mirando la película de disparos que se reproducía con estruendo en su DVD portátil, sin siquiera levantar la mirada para ver quién entraba.
Una vez en la habitación, Luna empezó a toquetearlo todo. “Son cosas de críos”, pensó Carmen, y no le dio más importancia.
- Tienes que estudiar, ¿no? –preguntó Luna.
- Sí, la verdad es que sí –Carmen hizo amago de decir algo más, pero la niña no se lo permitió.
- Pues estudia, no te preocupes por mí, que yo me entretengo con cualquier cosa. Ya jugaremos cuando estés menos ocupada.
Luna aparentaba no más de 9 o 10 años. Sin embargo, hablaba con una madurez increíble, no habitual en niñas de su edad, ni 5 años mayores. Carmen estaba maravillada con ella. Se puso a estudiar mientras Luna seguía toqueteando cosas y se relajó por completo cuando la niña cogió un libro y se puso a leer.
Aproximadamente una hora después, cuando Carmen ya casi se había olvidado de la presencia de Luna, ésta anunció que se marchaba. Carmen se acercó a darle un beso y sintió un escalofrío al notar la piel tan fría de Luna. Era extraño, no hacía nada de frío en la habitación, más bien al contrario.
A la mañana siguiente, Carmen se despertó algo agitada. Seguía aferrándose a la idea de que la niña era la hermana de Julio pero, en su fuero interno, cada vez creía menos en esa posibilidad. Sabía que había algo raro en ella.
Salió de su habitación para bajar a la máquina de café a por el desayuno cuando escuchó que alguien la llamaba:
- ¡Carmen! –era Julio.
- ¡Ah! ¡Hola Julio! Tienes una hermanita muy simpática y muy lista… –decidió probar suerte.
- ¿A qué viene eso ahora? –preguntó Julio extrañado -. Hace como mil años que te hablé de ella y te enseñé su foto. Por cierto, ¡viene a verme la semana que viene! –dijo con notable alegría.
Las sospechas de Carmen eran ciertas: esa niña no tenía nada que ver con Julio y, probablemente, con nadie de la residencia.
Después del desayuno, en vez de irse a estudiar, como debía hacer, fue a recepción a preguntar por ella:
- ¡Hola Johnny! ¿Sabes si sigue aquí la niña con la que entré ayer por la tarde? –Carmen intentaba ser simpática aún sabiendo que Johnny respondería de mala manera, pero su propia simpatía y vitalidad le convencían a sí misma de que estaba calmada.
- ¿Qué niña? No te vi entrar con ninguna niña. Aquí no ha entrado ninguna niña en lo que va de curso.
- Pero no puede ser, yo ayer entré con una niña… obviamente tiene que haber un error, ¡si nos viste entrar! –empezaba a descontrolarse y a mostrarse algo histérica.
- Entraste sola, estoy seguro, recuerdo que estuve mirándote… bueno, que entraste sola.
Carmen volvió a su habitación sin ganas de replicar más. No paraba de darle vueltas a la cabeza… “Él no podrá verme. Sólo tú puedes verme”. Esas palabras que había dicho Luna antes de entrar no paraban de repetirse en su cabeza una y otra vez. Necesitaba una ducha fría, todo esto no podía ser más que un mal sueño.

14 de diciembre de 2011

Permíteme imaginar...

No te necesito. No te quiero. Te amo. Amo tu sonrisa, tu mirada, tus caricias. Amo cada centímetro de tu piel, cada palabra que me dedicas, cada carcajada que me sacas. Amo pasar el tiempo contigo, ya sea un segundo, ya sea toda una vida.
Cada segundo de mi vida que gasto en pronunciar tu nombre, cada minuto que paso suspirando, cada hora del día que invierto en pensarte; son instantes de amor, un amor puro, sin complicaciones. Sólo amor.
No necesito saber si sientes lo mismo. No necesito tus besos. Sólo quiero que sigas haciéndome amarte cada día más, haciéndome saber que siempre estarás conmigo –sin estar-, haciéndome feliz sin saberlo.
Pero por un instante me permito imaginar que tú también me amas, imaginar tus dedos acariciando mis labios, tus labios recorriendo mi cuerpo. Y ese instante se convierte en la ilusión y la esperanza de mi vida. Se convierte en la posibilidad real de que sea así. Y porque sea así, porque me ames, una llama arde en mi interior y me da la vida.

2 de Mayo de 2011

13 de diciembre de 2011

Presentación

Sé que no me conoces de nada, que soy una gran desconocida para ti, que has llegado por casualidad a mi escondite de recuerdos. "¿Por qué debería leer tu blog?", imagino que te estás preguntando...
Tal vez, si me permites presentarme, tengas algo más de interés en este pequeño rincón del mundo. Mi nombre es Noelia y estoy a unos días de la veintena. Llevo ya unos cuantos años escribiendo. Escribiendo de todo... sentimientos, pensamientos, sueños, historias... Empecé a hacerlo por culpa de una profesora de literatura que me animó a presentarme a un concurso de relatos del instituto. Pensé que no podría hacerlo, pero aún así lo intenté y, cuál fue mi sorpresa al descubrir que no sólo pude escribir un relato, sino que además la sensación de paz tras terminarlo era indescriptible. Me gustó la experiencia y decidí que alguna vez tendría que repetir. Más me animó el hecho de quedar 3º en ese concurso... Así que seguí haciéndolo. No he conseguido mucho más, unos años después gané la IV edición de ese mismo concurso, pero al ser del instituto casi nadie lo da importancia (aunque yo sí, los triunfos, por pequeños que sean, no dejan de ser triunfos).
Escribir me ha ayudado mucho en mi vida. Me ha ayudado a aclarar mis ideas, a desahogarme, a comprenderme... en definitiva, a conocerme. Me queda mucho camino por recorrer y espero hacerlo con la literatura de mi mano, pues me perdería si no tuviese un papel donde escribir mis pensamientos.
Ahora he decidido que es el momento de compartir mis relatos con más gente (aunque ya han sido compartidos en otras plataformas, se pueden leer aquí). Mis ambiciosas pretensiones son que mis -probablemente- escasos lectores piensen, reflexionen y vayan más allá en la vida... que no se queden en lo que las cosas parecen, sino que busquen lo que son realmente. La vida no es siempre lo que parece y sólo es posible acercarse a la verdad contrastando distintos puntos de vista...
Pero sobretodo espero que lo pasen bien leyéndome, aunque sólo sea la mitad de bien que lo paso yo escribiendo y, por qué no, que alguno descubra el amor por la lectura.
Ahora que ya sabes algo más de mí y de mi blog, te dejo que decidas si quieres seguir leyendo... Gracias por haber llegado hasta aquí.