24 de abril de 2012

Soledad onanista


*Siento haber tardado tanto tiempo en publicar y agradezco mucho que, aún después de mes y medio, siga teniendo varias visitas diarias.

Aquel fue un verano muy especial para Jorge, el verano en el que cumplió 11 años. Fue su primer verano en la playa, un verano con muchas cosas nuevas para él, aunque una especialmente curiosa.
Durante los primeros días en la playa, descubrió una sensación que nunca antes había sentido, algo pasaba en su cuerpo al mirar a las chicas en bikini, sentía cómo su  miembro iba entrando en erección, aunque él aún no sabía muy bien lo que significaba eso. Un día, en un momento dado, se dio cuenta por ciencia infusa que eso debía ser aquello de lo que los mayores del cole hablaban en los recreos de “ponerse pinocha” o algo parecido.
Cuando ya llevaba más o menos una semana en la playa, sus hormonas ya estaban completamente revolucionadas. Se quedó sólo en el apartamento mientras su madre y sus hermanas se iban de compras, así que se puso a cotillear las cosas de sus hermanas, como hacía siempre que tenía ocasión. Cansado de no encontrar nada interesante, se puso a hojear una revista de moda de su hermana mayor. Salían muchas chicas guapas, algunas ligeritas de ropa;  pero la que más le gustó fue la chica de la portada. No podía parar de mirar sus senos, las curvas de su cintura, su ombligo, sus piernas… La recorría con la mirada de arriba a abajo y de abajo a arriba todo el rato. No tardó mucho tiempo en experimentar esa sensación que había experimentado ya tantas veces esa semana, pero que aún le resultaba extraña y desconocida.
Entonces volvió a recordar lo que decían los mayores en el recreo: “si te mueves la picha de arriba a abajo cuando está pinocha, eso es hacerse una paja, y da mucho gusto cuando, al final del todo, sale un líquido blanco”. Jorge se imaginaba que ese líquido sería algo así como unas gotitas de pis de color blanco.
Decidió probar por sí mismo que era eso de hacerse una paja, qué se sentía realmente, así que, sin dejar de mirar la portada de la revista, comenzó a masturbarse. Al principio iba muy despacio, estaba nervioso, no sabía lo que iba a sentir ni lo que iba a pasar, pero, poco a poco, se fue relajando y se abandonó a sus sentidos. Hubo un momento en que se asustó al escuchar una respiración, pero no tardó en darse cuenta de que era él mismo quien jadeaba. Se le cansaba el brazo, pero no podía parar. No quería parar. Era la mejor sensación que había tenido nunca y no iba a dejarla pasar por un simple dolor de brazo.
Cuando ya estaba empezando a pensar si eso sería eterno o había un momento claro en el que tenía que parar, llegó. Llegó el momento más importante de su nueva experiencia. Un liquidillo blanco salió disparado de su miembro y fue a parar a la mesa sobre la que estaba la revista.
Al principio, sólo se sentía extasiado. Después se asustó: no sabía que había pasado; pero unos instantes después se dio cuenta de que eso debía ser aquello que los mayores llamaban “la corrida”.
Se acercó a la mancha de semen sobre la mesa y lo tocó, curioso. Le gustó el tacto. Se olió los dedos y finalmente lo limpió.
Estuvo varios días pensando en ello, sin atreverse a repetir, pero pasó algo en la playa por lo que el cuerpo le pedía a gritos que repitiese.
Era mediodía, hacía mucho calor y estaba solo con Claudia, una niña muy linda un año mayor que él. Estaban jugando en el agua cuando, en un pequeño instante, casi imperceptiblemente, el pecho de Claudia rozó con el brazo de Jorge. Inconscientemente, Jorge miró sus senos cubiertos por un precioso bikini rojo y se dio cuenta de que estaban empezando a crecer. No podía apartar la mirada y ella se dio cuenta. Jorge pensó que se enfadaría pero, justo cuando estaba a punto de abrir la boca para pedir perdón, ella le besó los labios y salió corriendo.
Ese beso jamás se repitió y nunca volvieron a hablar del tema, pero la escena sigue acompañando a Jorge, casi 10 años después, en muchos de los momentos de soledad onanista. 

17 de Noviembre de 2010.