*Siento haber tardado tanto tiempo en publicar y agradezco mucho que, aún después de mes y medio, siga teniendo varias visitas diarias.
Aquel fue un verano muy especial
para Jorge, el verano en el que cumplió 11 años. Fue su primer verano en la
playa, un verano con muchas cosas nuevas para él, aunque una especialmente
curiosa.
Durante los primeros días en la
playa, descubrió una sensación que nunca antes había sentido, algo pasaba en su
cuerpo al mirar a las chicas en bikini, sentía cómo su miembro iba entrando en erección, aunque él
aún no sabía muy bien lo que significaba eso. Un día, en un momento dado, se
dio cuenta por ciencia infusa que eso debía ser aquello de lo que los mayores
del cole hablaban en los recreos de “ponerse pinocha” o algo parecido.
Cuando ya llevaba más o menos una
semana en la playa, sus hormonas ya estaban completamente revolucionadas. Se quedó
sólo en el apartamento mientras su madre y sus hermanas se iban de compras, así
que se puso a cotillear las cosas de sus hermanas, como hacía siempre que tenía
ocasión. Cansado de no encontrar nada interesante, se puso a hojear una revista
de moda de su hermana mayor. Salían muchas chicas guapas, algunas ligeritas de
ropa; pero la que más le gustó fue la
chica de la portada. No podía parar de mirar sus senos, las curvas de su
cintura, su ombligo, sus piernas… La recorría con la mirada de arriba a abajo y
de abajo a arriba todo el rato. No tardó mucho tiempo en experimentar esa
sensación que había experimentado ya tantas veces esa semana, pero que aún le
resultaba extraña y desconocida.
Entonces volvió a recordar lo que
decían los mayores en el recreo: “si te mueves la picha de arriba a abajo
cuando está pinocha, eso es hacerse una paja, y da mucho gusto cuando, al final
del todo, sale un líquido blanco”. Jorge se imaginaba que ese líquido sería
algo así como unas gotitas de pis de color blanco.
Decidió probar por sí mismo que era
eso de hacerse una paja, qué se sentía realmente, así que, sin dejar de mirar
la portada de la revista, comenzó a masturbarse. Al principio iba muy despacio,
estaba nervioso, no sabía lo que iba a sentir ni lo que iba a pasar, pero, poco
a poco, se fue relajando y se abandonó a sus sentidos. Hubo un momento en que
se asustó al escuchar una respiración, pero no tardó en darse cuenta de que era
él mismo quien jadeaba. Se le cansaba el brazo, pero no podía parar. No quería
parar. Era la mejor sensación que había tenido nunca y no iba a dejarla pasar
por un simple dolor de brazo.
Cuando ya estaba empezando a pensar
si eso sería eterno o había un momento claro en el que tenía que parar, llegó.
Llegó el momento más importante de su nueva experiencia. Un liquidillo blanco
salió disparado de su miembro y fue a parar a la mesa sobre la que estaba la
revista.
Al principio, sólo se sentía
extasiado. Después se asustó: no sabía que había pasado; pero unos instantes
después se dio cuenta de que eso debía ser aquello que los mayores llamaban “la
corrida”.
Se acercó a la mancha de semen sobre
la mesa y lo tocó, curioso. Le gustó el tacto. Se olió los dedos y finalmente
lo limpió.
Estuvo varios días pensando en ello,
sin atreverse a repetir, pero pasó algo en la playa por lo que el cuerpo le
pedía a gritos que repitiese.
Era mediodía, hacía mucho calor y
estaba solo con Claudia, una niña muy linda un año mayor que él. Estaban
jugando en el agua cuando, en un pequeño instante, casi imperceptiblemente, el
pecho de Claudia rozó con el brazo de Jorge. Inconscientemente, Jorge miró sus
senos cubiertos por un precioso bikini rojo y se dio cuenta de que estaban
empezando a crecer. No podía apartar la mirada y ella se dio cuenta. Jorge
pensó que se enfadaría pero, justo cuando estaba a punto de abrir la boca para
pedir perdón, ella le besó los labios y salió corriendo.
Ese
beso jamás se repitió y nunca volvieron a hablar del tema, pero la escena sigue
acompañando a Jorge, casi 10 años después, en muchos de los momentos de soledad
onanista.
17 de Noviembre de 2010.