24 de diciembre de 2011

Hija de la Luna. Final.

“No sé por qué me han metido aquí, con todos los locos… Encima me obligan a escribir este estúpido diario. Para que esté entretenida, dicen. Podría llegar a entender que me hayan quitado el móvil, la tele… incluso la música… Pero, ¿el libro? ¿Qué daño puede hacerme, a mí o a cualquiera que no se llame Alonso Quijano, un libro? Así, normal que no me entretenga y tenga que escribir esto… ni siquiera se me permiten visitas más que una vez a la semana…”
Esas fueron las primeras palabras que Carmen escribió en el diario que el psiquiatra del Hospital Universitario Príncipe de Asturias entregaba a todos los pacientes con suficiente capacidad como para escribir.
La muchacha no entendía por qué la habían metido a psiquiatría. Entendía que necesitaba protección contra Luna, que necesitaba que siempre hubiese alguien con ella pero, ¿por qué esa protección tenían que dársela en un hospital? Peor aún, ¿por qué en la unidad de psiquiatría? ¿Acaso pensaban que estaba loca y que se había inventado a Luna? ¡Pero si había pruebas! ¿Qué significaba sino la marca de su cuello? Carmen estaba segura de que esa niña era fruto de la luna y del mismísimo diablo, pero los médicos no pensaban lo mismo:
- ¿Qué hay con la marca de su cuello? ¿Pensáis que podría habérselo hecho ella misma? –preguntó el primer médico que la trató a sus colegas de profesión.
- Es una quemadura que podría haberse hecho con cualquier hierro incandescente en forma de media luna. No tiene por qué haber sido ella, pero tal vez la historia haya surgido en su mente a raíz de esa marca –respondió severo el psiquiatra, un doctor conocido por sus métodos poco ortodoxos.
- Pero ella no había visto la marca antes de despertar aquí –intervino la enfermera que estaba con ella cuando despertó.
- Tal vez eso es lo que quería hacernos creer… los esquizofrénicos son muy inteligentes y, tal vez… –replicó de nuevo el psiquiatra.
- ¿Insinúas…? –interrumpió el primer doctor. Esperó unos segundos y, al no obtener respuesta, continuó-. ¿No crees que es un diagnóstico muy precipitado?
- Quizás, pero es el único cuadro clínico con el que puede encajar, y ninguno de nosotros, ni siquiera sus padres, creemos que esa niña pueda existir… Creo que es hora de empezar a hacerle pruebas.
Tras dos semanas de pruebas, se determinó que no había nada raro en el estado mental de Carmen, excepto una ansiedad que aumentaba según se acercaba el día de luna llena y la aparente invención de la niña. Luna no había vuelto a aparecer en sueños o, al menos, Carmen no había vuelto a decir nada, pero como dormía medicada, el dato no tenía demasiada relevancia.
La herida con forma de media luna del cuello parecía haber cicatrizado correctamente y todo el mundo se había olvidado ya de ella. Sin embargo, la noche antes de “el gran día” (como ya llamaban todos los médicos a la noche de luna llena) sucedió algo.
Carmen volvió a despertar dando voces, decía que Luna se había metido en su sueño y había dicho pronunciado sólo 3 palabras: “Ya falta poco”. Después se había ido, tan pacífica como siempre, con la misma serenidad y parsimonia en los ojos que tenía en la voz al hablar. Pero no quedaba todo ahí. La herida, ya cicatrizada, estaba sangrando y totalmente abierta de nuevo.
Las enfermeras y los médicos estaban asustados. Todo el mundo en el hospital empezaba a creer que algo extraño pasaba, que esa niña quizás no fuese inventada y que, tal vez, Carmen corriese peligro al día siguiente. Todos menos el psiquiatra, el doctor Torrego. Él se reía de cualquiera que insinuara que Carmen podía decir la verdad, se reía de la misma Carmen, e intentaba medicarla por todos los medios. Se mantenía firme en su diagnóstico de esquizofrenia y se creía superior al resto de médicos porque ellos no veían la evidencia.

* * *

Por fin llegó el gran día. Transcurrió bastante normal: Carmen desayunó y tomó su ya habitual dosis de tranquilizantes, escribió en el diario, comió, tuvo su visita con el psicólogo… La misma rutina de siempre.
Empezaba a anochecer, ya se veía la luna, y el doctor Torrego se encontraba en su despacho, estudiando un caso que nada tenía que ver con el de Carmen, pues para él ya estaba más que resuelto, cuando llamaron a la puerta. Pensó que sería cualquier enfermera con cualquier tontería, así que masculló de mala gana algo que daba a entender que se podía pasar y siguió inmerso en sus asuntos. Escuchó que alguien entraba y cerraba la puerta, pero no dijo nada. Fue unos minutos después cuando se dio cuenta de que su visita no había pronunciado ni un simple saludo y levantó la cabeza de sus papeles para ver quién era.
Su sorpresa fue máxima al encontrarse sentada en la silla frente a su escritorio a una dulce niña rubia, con cara y apariencia de buena.
- Buenas noches, doctor –saludó la niña-. ¿Sabe quién soy?
- Eres… ¿eres Yurena? –el doctor no sabía muy bien qué actitud tomar. ¿Acaso esto era una broma?
- Llámeme Luna, por favor. Es más bonito que Yurena, ¿no cree? –la niña miraba directamente a los ojos del doctor, poniéndole visiblemente nervioso-. ¿Qué le ocurre? Ah, ya… No esperaba mi visita, ¿verdad? No se suele esperar la visita de alguien en quién no se cree…
- Yo… –el doctor hizo amago de replicar con cualquier excusa.
- No me interrumpa –en esta ocasión los ojos de Luna mostraron algo de enfado, pero seguía siendo inapreciable cualquier emoción en su tono de voz-. Quiero ver a Carmen, pero no quería ir sin antes saludarle a usted.
- Me temo que eso no va a ser posible. Carmen no puede recibir visitas hasta el domingo.
- Pero yo el domingo no puedo venir, así que tendrá que ser ahora.
El doctor pensó que sólo era una niña y podría impedírselo sin problema, así que empezó a forcejear con ella.

* * *

La enfermera fue a llevar la cena a Carmen y, al entrar en la habitación, se la encontró en un estado lamentable. Había sufrido una crisis de ansiedad y le salía espuma por la boca. Corrió a avisar al doctor Torrego, dejando caer la bandeja con la cena, momento en que Luna aprovechó para entrar en la habitación.
La enfermera entró al despacho y se encontró al doctor muerto, con una expresión de horror en la cara y una marca como la de Carmen en la palma de la mano.
Un médico de planta que había oído los gritos de la enfermera y el estruendo de la bandeja al caer, acudió a ver qué ocurría. Se encontró a Carmen tendida desnuda en la cama, con una marca de media luna sobre el corazón, más grande que la del cuello. Escuchó una risilla detrás de él y se volvió rápidamente. Luna se volatilizó entre carcajadas, cada vez más audibles, como si fuera una nube.

* * *

Marta paseaba por su barrio, como hacía tantas noches, cuando se cruzó con una preciosa niña rubia, que parecía muy simpática:
- Hola. ¿Cómo te llamas?
- Marta, ¿y tú?
- Luna. Bueno, en realidad me llamo Yurena, que significa hija de la Luna, pero no me gusta y todo el mundo me llama Luna.
- Encantada de conocerte, Luna. ¿Dónde están tus papás?

15 de Febrero de 2011.

2 comentarios:

  1. Las culminaciones en bucle son una forma arriesgada de terminar una historia, hay que saber hacerlo de tal forma que resulte congruente, y esta es una de esas veces en las que me gusta el resultado final. Está narrado de forma extraordinaria y resultan creíbles hasta los puntos más inverosímiles del relato en donde lo paranormal entra en escena. La pequeña protagonista se muestra desde el primer minuto tan enigmática como sobrecogedora, más aún en la atmósfera en la que la propia narración está envuelta. La hija de la Luna adquiere su esencia máxima en la lobreguez de la noche que tan fehacientemente ha sido descrita.

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  2. Cuando te pones así me quedo embobada mirándote (leyéndote, esta vez) y cualquier cosa que me digas me resulta una verdad absoluta... Me encanta que me analices los relatos, cariño.

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