16 de diciembre de 2011

Hija de la Luna. 1ª parte.

Carmen fue a dar un paseo. Estaba cansada, agobiada, y lo que más le apetecía era caminar, pasear olvidándose de todo. Hacía poco tiempo que estaba en esa residencia de estudiantes, y aún no conocía bien los alrededores. Sería un buen momento para inspeccionar la zona.
Después de una hora de caminata y de contemplar un rato la inmensa luna llena, estando mucho más relajada y con ganas de darse una ducha calentita, cenar algo rápido y meterse a la cama, divisó a una niña que parecía salir de la nada. Estaba ya muy cerca de la residencia y decidió cambiar de acera por si era parlanchina. No le apetecía entretenerse más. Pero la niña se le acercó y comenzó a hablarle:
- Hola. ¿Cómo te llamas?
- Carmen, ¿y tú?
- Luna. Bueno, en realidad me llamo Yurena, que significa hija de la Luna, pero no me gusta y todo el mundo me llama Luna –su tono de voz era monótono, como el de un autómata.
- Encantada de conocerte, Luna. ¿Dónde están tus papás?
- Mis padres están muertos, yo les maté –la niña hablaba muy lentamente, concentrándose en pronunciar muy bien cada palabra y no dar apenas entonación a la frase. Resultaba algo inquietante escucharla.
Carmen se había asustado un poco de que una niña tan pequeña dijera esas palabras. ¿Cuánto de verdad había en ellas? Intentó cambiar un poco el tercio de la conversación; era muy probable que no volviera a verla nunca, así que sería mejor no preguntar.
- Y dime, Luna, ¿con quién vives ahora?
- Yo no vivo. Morí con ellos. Los tres fuimos juntos al cielo, a encontrarnos con mi otra madre, la Luna –tras una larga pausa, en la que Carmen estaba bastante asustada, y Luna la miraba con curiosidad, retomó el diálogo-. Me encantaría ver tu habitación. ¿Puedo?
- El recepcionista no te dejará pasar sin autorización de algún responsable tuyo. Son las normas…
- Da igual, él no podrá verme. Sólo tú puedes verme –interrumpió.
Carmen estaba confusa. No sabía hasta qué punto hablaba en serio la pequeña y, por tanto, no sabía cómo debía reaccionar. De pronto recordó algo: uno de sus vecinos en la residencia, y a la vez amigo suyo, Julio, tenía una hermana pequeña, cuya descripción encajaba con la de Luna –rubia, ojos azules, menudita y muy inteligente para su edad. Había oído decir que la familia de Julio iba a ir a visitarle esa semana, así que seguro que Julio y los demás le estaban gastando una broma utilizando para ello a la pequeña. Se aferró a esta idea para poder tranquilizarse y mostrarse un poco más natural. Decidió dejar a Luna subir a su habitación, pues, si era la hermana de Julio, no habría ningún problema.
En efecto, cuando entraron en la residencia, el recepcionista no dijo nada. Continuó mirando la película de disparos que se reproducía con estruendo en su DVD portátil, sin siquiera levantar la mirada para ver quién entraba.
Una vez en la habitación, Luna empezó a toquetearlo todo. “Son cosas de críos”, pensó Carmen, y no le dio más importancia.
- Tienes que estudiar, ¿no? –preguntó Luna.
- Sí, la verdad es que sí –Carmen hizo amago de decir algo más, pero la niña no se lo permitió.
- Pues estudia, no te preocupes por mí, que yo me entretengo con cualquier cosa. Ya jugaremos cuando estés menos ocupada.
Luna aparentaba no más de 9 o 10 años. Sin embargo, hablaba con una madurez increíble, no habitual en niñas de su edad, ni 5 años mayores. Carmen estaba maravillada con ella. Se puso a estudiar mientras Luna seguía toqueteando cosas y se relajó por completo cuando la niña cogió un libro y se puso a leer.
Aproximadamente una hora después, cuando Carmen ya casi se había olvidado de la presencia de Luna, ésta anunció que se marchaba. Carmen se acercó a darle un beso y sintió un escalofrío al notar la piel tan fría de Luna. Era extraño, no hacía nada de frío en la habitación, más bien al contrario.
A la mañana siguiente, Carmen se despertó algo agitada. Seguía aferrándose a la idea de que la niña era la hermana de Julio pero, en su fuero interno, cada vez creía menos en esa posibilidad. Sabía que había algo raro en ella.
Salió de su habitación para bajar a la máquina de café a por el desayuno cuando escuchó que alguien la llamaba:
- ¡Carmen! –era Julio.
- ¡Ah! ¡Hola Julio! Tienes una hermanita muy simpática y muy lista… –decidió probar suerte.
- ¿A qué viene eso ahora? –preguntó Julio extrañado -. Hace como mil años que te hablé de ella y te enseñé su foto. Por cierto, ¡viene a verme la semana que viene! –dijo con notable alegría.
Las sospechas de Carmen eran ciertas: esa niña no tenía nada que ver con Julio y, probablemente, con nadie de la residencia.
Después del desayuno, en vez de irse a estudiar, como debía hacer, fue a recepción a preguntar por ella:
- ¡Hola Johnny! ¿Sabes si sigue aquí la niña con la que entré ayer por la tarde? –Carmen intentaba ser simpática aún sabiendo que Johnny respondería de mala manera, pero su propia simpatía y vitalidad le convencían a sí misma de que estaba calmada.
- ¿Qué niña? No te vi entrar con ninguna niña. Aquí no ha entrado ninguna niña en lo que va de curso.
- Pero no puede ser, yo ayer entré con una niña… obviamente tiene que haber un error, ¡si nos viste entrar! –empezaba a descontrolarse y a mostrarse algo histérica.
- Entraste sola, estoy seguro, recuerdo que estuve mirándote… bueno, que entraste sola.
Carmen volvió a su habitación sin ganas de replicar más. No paraba de darle vueltas a la cabeza… “Él no podrá verme. Sólo tú puedes verme”. Esas palabras que había dicho Luna antes de entrar no paraban de repetirse en su cabeza una y otra vez. Necesitaba una ducha fría, todo esto no podía ser más que un mal sueño.

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