19 de diciembre de 2011

Hija de la Luna. 2ª parte.

Un mes después, Carmen no había vuelto a tener noticias de la niña. Aunque había tenido varias pesadillas en las que se repetía una y otra vez su primer encuentro, al despertar, se repetía a sí misma que no pasaba nada, e intentaba seguir con su vida normal sin pensar en ella.
Sábado por la tarde: momento de hacer la compra. Normalmente iba en autobús hasta el supermercado, pero ese día le apetecía dar un paseo. Acababa de terminar los exámenes y caminar le relajaba más que ninguna otra cosa, así que, como hiciera un mes atrás, comenzó a andar lentamente sumida en reflexiones pasajeras que nada tenían que ver con la pequeña Luna.
Ya llegando a la residencia, se dio cuenta de que había una maravillosa luna llena. “Noche de hombres lobo, pensó, y quiso fotografiarla con el móvil. Dejó las bolsas en el suelo, sacó el móvil y se asustó al escuchar la aguda, lenta, pausada e inexpresiva vocecilla de Luna:
- Está guapa, mi madre, ¿verdad? Yo siempre vengo a verla cuando está tan redonda. Mira mi cabello, es color plata, lo heredé de ella. ¿Verdad que yo también soy muy guapa?
- Luna… –el tono de Carmen expresaba sorpresa, pero a la vez terror.
- ¿Qué tal te salieron los exámenes? ¿Ya has acabado, verdad? Tal vez hoy puedas jugar conmigo… Puedo ayudarte a colocar la compra.
- Lo siento Luna, hoy no va a poder ser… –quería escapar de ella cuanto antes.
- No me mientas. Sé que no tienes nada que hacer. Deberías ir acostumbrándote a que yo lo sé todo –la voz de Luna no sonaba enfadada. A decir verdad, la voz de Luna nunca expresaba su estado de ánimo. Nunca expresaba nada. Era capaz de decir con la misma entonación cualquier cosa-. ¿Jugarás conmigo o no?
- Está bien… ¿a qué vas a querer jugar? ¿A las princesas?
- ¿Princesas? ¿Qué clase de juego es ése? Yo jamás he jugado a nada relacionado con princesas… ¿Qué tal a la ouija?
- ¿A la… qué? –Carmen no estaba segura de haber entendido a Luna. ¿Había dicho ouija? No… era imposible que una niña tan pequeña supiese lo que era la ouija… Por otro lado, tal vez se lo hubiese escuchado decir a algún hermano, primo o conocido adolescente.
- A la ouija. Así puedo presentarte a mis madres y a mi padre. ¿Verdad que es fabuloso? Siempre llevo un tablero conmigo en la mochila… Si no quieres jugar conmigo, me pondré muy triste… –estaba claro que sabía de lo que hablaba. Carmen tuvo la necesidad de salir corriendo, aun sabiendo que no debía hacerlo. La niña le daba verdadero miedo. ¿Qué debía hacer? Sí, salir corriendo con cualquier excusa sería la mejor opción.

* * *

Carmen despertó con una fuerte presión en el pecho. Sentía que no respiraba como siempre, que pasaba algo raro y, cuando se fue a incorporar, se mareó. Escuchó una voz que le hizo volver a la realidad:
- No te preocupes, estás en buenas manos –la voz le era totalmente desconocida, e intentó incorporarse de nuevo -. No te esfuerces, no podrás. Llevas tres días en esa cama… ¿Sabes dónde estás? –la mujer parecía agradable.
- No… -balbuceó Carmen, dándose cuenta de que tampoco podía hablar bien. Tenía la sensación de estar en un universo paralelo.
- Esto es un hospital, Carmen. Johnny, el recepcionista de tu residencia de estudiantes, te encontró el sábado por la noche a pocos metros del edificio y tu estado era… bueno, ¿recuerdas que pasó? –continuó hablando ante la negativa de Carmen -. Te habías desmayado, no tenías ningún daño físico excepto una extraña marca en el cuello. Tiene forma de media luna, es una quemadura, como si te hubieran marcado igual que hacen con el ganado…
Carmen pidió un espejo y se miró la marca. En seguida recordó a Luna y contó a la enfermera todo lo que sabía de ella, sus dos encuentros. Preguntó por la niña y nadie sabía nada de ella. Nadie la había visto. Johnny fue interrogado por los médicos, y él aseguró una y mil veces no haber visto antes a ninguna niña como la que Carmen describía y seguía insistiendo en que ninguna menor había entrado a la residencia en el último curso.
Carmen insistía una y otra vez en que la niña tenía que saber algo, tenía que saber qué pasó. Probablemente se asustó y se fue corriendo sin saber qué hacer, era muy pequeña como para reaccionar bien, pero seguro que si ahora daban con ella… podría contar lo que pasó.
Habitualmente era difícil encontrar niños en esa zona, pues la residencia estaba en un campus universitario donde no había más que facultades, la residencia y el hospital. No había viviendas, ni colegios, ni parques cerca. Por eso se pensó que quizás la niña fuese pariente de algún ingresado en el hospital, aunque seguía siendo extraño que vagase por ahí sola cuando ya toda la zona se iba sumiendo en la oscuridad de la noche.
Puesto que los dos encuentros se produjeron con un mes de diferencia, se preguntó a aquellos pacientes que llevaban más de un mes ingresados. Ninguno conocía a una niña como la que describía Carmen, de hecho, ninguno recordaba haber recibido visitas de ninguna niña.
Para los médicos estaba claro: no existía tal niña, Carmen había sufrido un gran shock que le había llevado a inventarse a esa niña en su subconsciente para encontrar una explicación.
Carmen estaba muy nerviosa y decidieron tratarle con tranquilizantes. Con el paso de los días su estado mejoraba notablemente y no tardó mucho tiempo en necesitar los tranquilizantes sólo por la noche. Esa era la prueba definitiva para conseguir el alta: pasar una noche sin tomar nada. Los médicos pensaban que lo superaría sin problema, y ella poco a poco fue creyendo también en ello. Se convenció a sí misma de que ese episodio de su vida no tuvo nada de extraño, simplemente no podía recordar lo que pasó por el shock que sufrió, pero el miedo que le daba pensar en ello era absurdo. No había ningún motivo para tener miedo.
En menos de una semana llegó el momento de la prueba definitiva, de pasar 24 horas sin tranquilizantes. El día fue normal, como todos, tuvo visitas, paseó por los pasillos del hospital, pasó un rato leyendo… Y cuando llegó la hora se acostó a dormir. No tardó mucho en quedarse dormida, y aparentaba tener un sueño muy tranquilo. Pero, de repente, a las 5 de la mañana, cuando ya nadie lo esperaba, despertó gritando y llorando, muy alterada. Las enfermeras acudieron en seguida y le pusieron una nueva dosis de tranquilizante.
Al día siguiente el psicólogo fue a conversar con ella. Seguía muy mal, pero no tardó en hablar. Al parecer, la noche anterior había tenido pesadillas. Había soñado con Luna. Así lo relató ella:
“Estaba en un lugar extraño, no sabría explicar dónde estaba. Había arena a mis pies y, alrededor, todo negro. Excepto una cosa, había una enorme luna llena. Jamás había visto una luna tan grande y tan hermosa. Al principio yo admiraba el paisaje y estaba feliz, pero luego… Luego apareció ella.
Me dijo que estaba muy equivocada si pensaba que ya me había librado de ella. Que ella sólo venía las noches de luna llena, pero que en los sueños podía aparecer cuando quisiera, que me preparase para la próxima luna llena…
Faltan menos de tres semanas, doctor, tengo miedo… Ustedes me van a proteger, ¿verdad? Estando aquí no puede pasarme nada, ¿verdad?”.
Carmen estaba realmente afectada por el sueño, hablaba al psicólogo desde un lugar muy lejano a esa habitación, mantenía la mirada fija en un punto muerto de la pared blanca del fondo. El psicólogo determinó que debía ser ingresada en la unidad psiquiátrica, al menos, hasta que pasara la noche de luna llena.

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