26 de febrero de 2012

Carraca y aletas

*Binomio fantástico a partir de las dos palabras del título.

El paseo marítimo de la ciudad donde me crie siempre estaba lleno de marionetistas en el mes de mayo. Había uno, en concreto, que solía acompañar el movimiento de sus marionetas dando vueltas a una vieja carraca, consiguiendo darle al espectáculo un aspecto un tanto tétrico.
Por aquel entonces yo tendría unos nueve años y estaba aprendiendo a bucear. Me gustaba llevar puesto el traje de neopreno, las aletas y las gafas de buzo desde que salía de casa, para que todo el mundo se diera cuenta de dónde iba. “¡Carlos está aprendiendo a bucear!”, gritaba Lucía emocionada a su madre cada vez que nos cruzábamos. Yo sabía que ella no aprendía porque le daba miedo la profundidad del mar y me hacía sentir el niño más valiente de la ciudad cada vez que me lo decía.
Sin embargo, jamás pude confesar que me aterrorizaba pasar junto aquel puesto de marionetas y carracas. El sonido de las carracas hacía despertar a mis fantasmas y su recuerdo no me dejaba dormir por las noches. No podía permitir que Lucía se burlase y que se esfumara el valiente que ella veía en mí. Eso tuvo mucho que ver en que fuese también con las aletas puestas (era muy incómodo andar con ellas por la calle); porque me recordaban que iba a bucear, que era un valiente. Con ellas puestas podía encerrar a mis demonios y pasar con la cabeza erguida por delante de aquel marionetista que, unos años después, se convirtió en alguien demasiado importante en mi vida.

16 de Octubre de 2012.

1 comentario:

  1. Ingenioso relato a partir de un binomio fantástico, algo que no me parece especialmente sencillo de llevar a cabo, pero que has sabido resolver con maestría, dando lugar a una historia breve, pero interesante, que te deja con ganas de más a raíz de ese final tan sugerente.

    ResponderEliminar